Sin embargo, se queda junto a mí.
Estas respuestas hacen vibrar los músculos de mis brazos. El pecho se me dilata y siento en el espacio que nos divide una presión intensa que me imposibilita para todo esfuerzo mental . Con las cabezas vencidas, sentimos el paso de los minutos. Por fin, una mutua piedad nos dobliega. Es como si las palabras no valieran y fuesen mero ruido.
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